De las noches sin dormir y de los días sin reposo.
De las manos gorditas que sin parar me agarran, me escalan por mi espalda, me cogen, me rebuscan sin restricciones ni vacilaciones. Del peso que llena mis brazos y dobla mi espalda.
De las voces que me llaman y no permiten retrasos, esperas, ni vacilaciones.
El tiempo me devolverá el ocio vacío de los domingos y las llamadas sin interrupciones, el privilegio y el miedo a la soledad. Aligerará, tal vez, el peso de la responsabilidad que a veces me oprime el diafragma.
El tiempo, sin embargo, inexorablemente enfriará otra vez mi cama, que ahora está cálida de cuerpos pequeños y respiros rápidos. Vaciará los ojos de mis hijos, que ahora desbordan de un amor poderoso e incontenible.
Quitará desde sus labios mi nombre gritado y cantado, llorado y pronunciado cien, mil veces al día.
Mamá japonesa con su niño. |
Cancelará, poco a poco o de repente, la familiaridad de su piel con la mía, la confianza absoluta que nos hace un cuerpo único. Con el mismo olor, acostumbrados a mezclar nuestros estados de ánimo, el espacio, el aire que respiramos.
Llegarán a separarnos para siempre el pudor, la vergüenza y el prejuicio. La conciencia adulta de nuestras diferencias.
Como un río que excava su cauce, el tiempo peligrará la confianza que sus ojos tienen ante mi, como ser omnipotente. Capaz de parar el viento y calmar el mar. Arreglar lo inarreglable y sanar lo insanable.
Dejarán de pedirme ayuda, porque ya no creerán que yo pueda en ningún caso salvarlos.
Pararán de imitarme, porque no querrán parecerse demasiado a mi. Dejarán de preferir mi compañía respecto a la de los demás (y ojo, esto tiene que suceder!)
Se difuminarán las pasiones, las rabietas y los celos, el amor y el miedo. Se apagarán los ecos de las risas y de las canciones, las nanas y los Había una vez… acabarán de resonar en la oscuridad.
Con el pasar del tiempo, mis hijos descubrirán que tengo muchos defectos y, si tendré suerte, me perdonarán alguno.
Sabio y cínico, el tiempo traerá consigo el olvido.
Olvidarán, aún si yo no olvidaré. Las cosquillas y los “corre corre”, los besos en los párpados y los llantos que de repente paran con un abrazo. Los viajes y los juegos, las caminatas y la fiebre alta. Los bailes, las tartas, las caricias mientras nos dormimos despacio.
Mis hijos olvidarán que les he amamantado, mecidos durante horas, llevado en brazos y de la mano. Que les he dado de comer y consolado, levantado después de cien caídas. Olvidarán que han dormido sobre mi pecho de día y de noche, que hubo un tiempo en lo que me han necesitado tanto, como el aire que respiran.
Olvidarán, porque esto es lo que hacen los hijos, porque esto es lo que el tiempo elige.
Y yo, yo tendré que aprender a recordarlo todo también para ellos, con ternura y sin arrepentimiento, ¡gratuitamente! y que el tiempo, astuto e indiferente, sea amable con esta madre que no quiere olvidar.
Fuente: unamammagreen.com - Traducido por Laura Caldarola
Este escrito no es mio, pero me pareció taaan bonito, que me lo traje al blog. La verdad es que me ha ocurrido todo esto, cada palabra escrita es verdad. Pero, es tan emocionante verlos crecer y despegar del nido!! Yo no siento lo que dicen: Síndrome del nido vacío. Yo veo a mis hijos con muchísima frecuencia... Al pequeño, aún lo tengo por aquí...
Para la que somos padres que tenemos hijos que son ciudadanos del mundo, nuestra satisfacción y alegría es haberles empacado en sus morrales alas inmensas y valores sellados con amor y libertad
ResponderEliminarAsí es, Luis. Es toda una alegría y satisfacción ver y sentir que en esos libros en blanco (para mí, cada uno de mis hijos han sido eso, libros en cuyas hojas no había nada escrito) ahí estaba yo para escribir en ellos lo que quisiera. Y escribí lo mismo que escribieron mis padres en mis hojas: valores morales, educación, civismo... Y qué orgullosa me hacen sentir el cómo piensan y se defienden ante la vida!!
EliminarGracias por leerme y por dejar tu comentario.
Llena el alma tanta verdad y tanta certeza. Son nuestra sangre, son nuestra calma, son nuestro ser, pero a la vez no son nuestros, son de la vida. Gracias por haber compartido ese espejo de la vida de toda madre.
ResponderEliminarHola Yajaira!
EliminarTienes razón al decir que llena el alma tanta verdad y tanta certeza. Realmente la vida cuando nos da hijos, lo hace dándonos un préstamo. Ese préstamo es cuando son pequeños. Cuando llegan a la adolescencia es cuando tenemos que empezar a devolver el préstamo para cuando vuelan ya solos, tenerlo todo pagado. Yo tenía clarísimo que mientras fueran pequeños eran míos. Ahora son de la vida...
Muchas gracias por leerme y compartir tu opinión.